Salir del armario
Salir del armario, esa era la cuestión. La idea me rondaba la cabeza cada día con más fuerza, me obsesionaba. Uno no puede vivir en paz con su conciencia si no se muestra tal y como es.
Por la noches, imaginaba la felicidad que me produciría pasear con él cogido de la mano tranquilamente, sin esconderme y ajeno a miradas inquisidoras.
Incluso en la empresa, que es el lugar donde más echo de menos su compañía. Y por fin me decidí. Como siempre, encendí el cigarrillo en el w.c. de la oficina. Salí de mi particular armario y me multaron.
Carlos López Sánchez, Viladecavalls (LA VANGUARDIA)
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